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viernes, 2 de abril de 2010

La leyenda del ajedrez


La invención del ajedrez se ha atribuido, entre otros, a los hindúes,  árabes, persas, egipcios, babilonios, chinos, griegos, romanos, judíos, araucanos, castellanos, irlandeses, italianos y galos. Las lagunas históricas acerca de su origen contribuyeron al florecimiento de diversas leyendas, entre ellas podemos destacar la del joven Lahur Sissa.
Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo reinaba en cierta parte de la India un rey llamado Sheram. En una de las batallas en las que participó su ejército perdió a su hijo, lo que le dejó profundamente consternado. Nada de lo que le ofrecían sus súbditos lograba alegrarle.
Un buen día un joven y modesto brahmán llamado Sissa, que había viajado durante treinta días desde una pequeña aldea, se presentó en la corte y solicitó una audiencia al monarca. Pedía verlo para entregarle un modesto presente que, según él, lo sacaría de su tristeza, le brindaría distracción y abriría en su corazón grandes alegrías. El rey aceptó y le concedió un encuentro, y Sissa le presentó un juego que, aseguró, conseguiría divertirle y alegrarle de nuevo. Se trataba de un ajedrez. El rey quedó sorprendido con aquellas variadas piezas que representaban lo más parecido a un reino que había visto jamás sobre una mesa: allí estaban los peones, los caballos, los alfiles, las torres, el rey y la reina.
Después de entregarle un gran tablero con 64 cuadros y situar las piezas, le explicó las reglas y los avatares del juego, tras lo cual comenzaron a jugar. El rey, maravillado, jugó y jugó y su pena fue desapareciendo. Sissa lo había conseguido.
Sheram, agradecido por tan preciado regalo, le dijo a Sissa que como recompensa pidiera lo que deseara. Éste rechazó esa recompensa, pero el rey insistió y Sissa pidió lo siguiente:
Deseo que ponga un grano de trigo en el primer cuadro del tablero, dos, en el segundo, cuatro en el tercero, y así sucesivamente, doblando el número de granos en cada cuadro, y que me entregue la cantidad de granos de trigo resultante.El rey se sorprendió bastante con la petición creyendo que era una recompensa demasiado pequeña para tan importante regalo y aceptó. Mandó a los matemáticos más expertos de la corte que calcularan la cantidad exacta de granos de trigo que había pedido Sissa, es decir:
1 + 2 + 4 + 8 + …
Cuál fue su sorpresa cuando, después de efectuar los pertinentes cálculos matemáticos, éstos le comunicaron que era del todo imposible entregar esa cantidad de trigo, ya que, según estimaciones de sus ministros, suponía plantar toda la superficie de la India durante varios cientos de años para recoger semejante número de granos. La cantidad total ascendía a:
18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo
El rey, al enterarse del resultado, se quedó de piedra. Pero en ese momento Sissa calmó al monarca y a sus ministros y renunció al presente. El joven tenía suficiente con haber conseguido que el rey volviera a estar feliz, y además había ofrecido a todos los sabios una lección matemática que nadie esperaba. Para terminar, llamó la atención del Monarca con estas palabras:
Los hombres más precavidos eluden, no sólo la apariencia engañosa de los números, sino también la falsa modestia de los ambiciosos. Infeliz aquel que toma sobre sus hombros los compromisos de honor por una deuda cuya magnitud no puede valorar por sus propios medios. Más previsor es el que mucho pondera y poco promete.Estas inesperadas y sabias palabras quedaron profundamente grabadas en el espíritu del Rey. Olvidando la montaña de trigo que, sin querer, prometiera al joven brahmán, lo nombró su Primer Ministro. Cuenta la leyenda que Sissa orientó a su Rey con sabios y prudentes consejos y, distrayéndole con ingeniosas partidas de ajedrez, prestó los más grandes servicios a su pueblo.

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